Rocío Molina. 'El eterno retorno'. Málaga en Flamenco

 
MÁLAGA EN FLAMENCO


ROCÍO MOLINA
«El eterno retorno»

Domingo, 18 de septiembre, 2005. 2100h.
Teatro del Carmen. Vélez-Málaga

Texto y fotos: Estela
Zatania

Baile y coreografía: Rocío Molina. Artistas invitados:
Lola Greco, Manolo Monteagudo. Colaboración especial: Pasión
Vega. Piano: Rafael Marinelli. Guitarra: Juan Recuña, Jesús
Torres. Cante: Antonio Campos, Antonio “El Pulga”. Percusión:
Sergio Martínez. Palmas: Luis Cantarote, Carlos Grilo. Puesta
en escena: Pepa Gamboa. Idea original, música: Juan Carlos
Romero.

Sentada en el hermoso Teatro del Carmen en el hermoso pueblo
de Vélez-Málaga, a treinta kilómetros de la
capital de la Costa del Sol, leo el programa de mano y así
me entero de que la obra que estoy a punto de presenciar está
basada en conceptos sacados de Nietzsche, Borges, Szymborska y Zorn,
y que pretende “liberarnos de los estereotipos”. Entonces
me entretengo meditando sobre ¿qué es un estereotipo
y cómo nace? La cuestión tiene su relevancia porque
toda una generación actual de artistas flamencos siente la
necesidad de huir de lo que considera los estereotipos, pero no
está claro cómo se definen.

Todo estereotipo parte de una verdad contundente – una realidad
tan innegable y obvia que no hay divergencia de opinión que
valga. Las generaciones sucesivas se aferran a aquella realidad
sin cuestionarla, y con el tiempo la verdad corre el riesgo de deformarse
por no estar sujeta a una continua revisión. Actualmente
el flamenco está pasando por un proceso de revalorización
en el cual nos incumbe a todos, artistas, críticos y consumidores
del arte, a buscar nuestra verdad, la frontera personal entre lo
valioso o válido y lo meramente novedoso, mediocre o ramplón
que por desgracia abunda.

El discursito viene al caso porque Rocío Molina es una joven
bailaora de excepcional talento e inteligencia que con “El
eterno retorno”, estrenado dentro del festival Málaga
en Flamenco, ha fijado su frontera con imaginación y entrega,
y ahora debemos juzgarla, por brutal que eso suene. Rebobinemos
momentáneamente… Hace poco más de un año,
en el prestigioso concurso de La Unión, esta señorita
nos dejó boquiabiertos a más de uno con su estilo
original y sus facultades, pero no pasó a las finales. Tan
sólo cinco meses más tarde iba de figura en la serie
de recitales del Festival USA con algunas máximas figuras
como Sara Baras, Eva Yerbabuena, Enrique Morente, Tomatito, Gerardo
Núñez, Belén Maya y otros. Dos meses después,
en el Festival de Jerez en marzo de este año 2005 se presentó
con un reducido grupo, cargando ella sola con un difícil
programa de bailes largos, batas de cola igualmente largas y tal
nivel que causó auténtico furor en la Sala de la Compañía:
muchos salimos del teatro con aquella sensación que nos invade
en contadas ocasiones, de haber visto algo realmente importante.

Está en sus manos abrir nuevos
caminos en el baile flamenco femenino

Desde marzo a septiembre son seis meses, y la bailaora de sólo
21 años ya ha evolucionado dramáticamente. Con “El
eterno retorno”, su más importante encargo hasta la
fecha, vemos su faceta de coreógrafa, bailaora e intérprete.
El tema central de la obra, expresado por el narrador actor Manolo
Monteagudo, es “todo se va, y todo vuelve, todo sucede por
primera vez, todo se repite infinitamente”, y una puerta giratoria
translucente en medio del escenario por donde entran y salen los
artistas es la representación gráfica de aquellas
palabras.

Aparece la Molina en bata de cola negra – en esta obra luce
un vestuario bastante más favorecedor que en otras ocasiones
– para bailar por soleá a palo seco, destacándose
la famosa letra de la Serneta, cantada y luego recitada, “Fui
piedra y perdí mi centro, y me arrojaron al mar, y a fuerza
de mucho tiempo, mi centro vine a tomar”, que hace eco del
tema central de la obra. Llegan los siete músicos de uno
en uno desde la parte de atrás del teatro al sonido de una
tormenta, protegidos de la “lluvia” por el paraguas
del narrador. Pepa Gamboa es la responsable de la puesta en escena,
y conoce su oficio, aunque a veces tenemos la sensación de
que el flamenco queda supeditado a las exigencias teatrales.

Rocío baila una rondeña terminando con la malagueña
libre de Chacón “Se me apareció la muerte…”.
La voz del granadino Antonio Campos siempre es un lujo, pero el
baile sin ritmo difícilmente evita ser una parodia de los
excesos del cine mudo. No importa, la obra está repleta de
curiosidades. El narrador se presenta de nuevo y nos entretiene
mientras llega Rocío vestida de color vainilla y va colocando
seis muñecas “típiqui epani”, de las que
bailan estática y eternamente encima de más de un
televisor. Qué mejor manera de acabar con los tópicos
que revolcarse en ellos. Las guitarras suenan por alegrías
y rápidamente consulto el programa para descubrir que el
responsable de la excelente música es Juan Carlos Romero
que ha logrado sonidos nuevos y muy acertados sin más instrumento
que la guitarra. Este baile de Rocío es el más fuerte
y redondo de la obra. La bailaora nos deja ver su original personalidad,
recuerda con gran efecto los movimientos de una joven Carmen Amaya
con brazos geométricos a la altura de la cara, y vueltas
quebradas desde la cintura, una estética del pasado que Rocío
hace actual. “Cuando te vengas conmigo, a dónde te
voy a llevar, a darte una vueltecita, por la Alhambra de Graná”…es
una obra integral, y ningún detalle es descuidado.

Aquella sensación que nos
invade en contadas ocasiones de haber visto algo realmente importante

Con falda pantalón de color negro y puños blancos,
Rocío interpreta una siguiriya a paso ligero, como se lleva
actualmente…como antiguamente…y empiezas a echar de menos la
bata de cola que esta bailaora maneja con tanta pericia. La siempre
fascinante Lola Greco, diosa divina con extremidades cuyos movimientos
desafían las normas de la anatomía humana, realiza
un paso a dos con la protagonista, y la cantante Pasión Vega
pone la voz al acompañamiento de piano. ¿Pasión
Vega? ¡Claro, es malagueña! Entonces había que
meterla aunque fuera con calzador, pero sigue siendo tonadillera
aunque se vista de negro y no lleve flor. ¿No íbamos
a huir de los estereotipos? Pero la cosa no acaba allí…la
Vega canta p’alante una versión lenta de “Los
cuatro muleros” que se transforma con las voces de los cantaores
en guajira, alegrías, tangos del Piyayo, tangos, soleá,
bulerías, siguiriyas y tonás, todo sin costura evidente,
y nos quedamos sin aliento ante el maratoniano popurrí. Sin
aliento y con aplausos reservados.


Rocío Molina con Lola Greco

Entonces ¿cuál es el balance? Primero la mala noticia:
Rocío Molina, una de las más originales y dotadas
bailaoras de años recientes, ha caído en el militante
anti topiquismo. Su estilo ha quedado aguado y homologado, sólo
se permite breves destellos de genio y ha perdido el sentido del
humor y la inteligente ironía que con sólo 20 años
le permitía guiñar cariñosamente y con mirada
fresca a un estilo de baile que olía a tiempos pasados, lo
antiguo hecho nuevo, ¿hay cosa más difícil
y admirable? Rocío Molina tiene la creatividad, la preparación
y el genio de Israel Galván, que ya es decir. Ahora sólo
necesita su valentía y decisión porque está
en sus manos abrir nuevos caminos en el baile flamenco femenino.
Esa ha sido la buena noticia.

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