Flamenco Festival USA – Territorio Flamenco (Flamenco at the crossroad)

 
“Flamenco at the
Crossroads”

Viernes 13 de febrero, 2005. Carnegie
Hall, Nueva York, USA

 

 

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Flamenco USA
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Texto: Mona Molarsky

Viaje alucinante al fondo del mal gusto


Cante: Carmen Linares, Miguel Poveda, Arcángel, Diego Carrasco.
Baile: Rafaela Carrasco. Guitarra: Juan Carlos Romero, Alfredo Lagos,
Jesús Torres. Percusión: Tino de Geraldo. Teclado:
Juan Alexis Fernández. Bajo: José Manuel Posada «Popo».
Coros: Ana Mari González, Carmen Amaya.

 

Según la tradición afro americana, un cruce
de caminos (‘crossroads’) es lugar peligroso. Si te
pones allí a la medianoche, puedes tener un encuentro con
el diablo. Es lo que pasó a Robert Johnson, el gran bluesman
de Mississippi, o al menos así va la leyenda. Una noche fue
a un cruce de caminos, dejó su guitarra al diablo, y perdió
su alma.

‘Flamenco at the Crossroads’, la última presentación
del Festival Flamenco de Nueva York para 2005, una especie de fiesta
temática, está basado en la grabación “Territorio
flamenco” del 2003. Para aquel disco, varios cantaores fueron
invitados a elegir canciones preferidas de cualquier género
musical y “hacerlas flamenco”, una especie de contrato
con el diablo. Ahora cuatro de esos cantaores ha llegado al Carnegie
Hall con sus “deberes”, junto con otros trabajos.

Y el recital fue más que suficiente para marearle a cualquiera,
con los intérpretes realizando un viaje alucinante de ida
y vuelta al fondo del mal gusto. La respetada cantaora Carmen Linares
apareció vestida de largo para cantar una versión
lacrimógena de “La paloma”, después soltando
unos cantes de soleá por bulería antes de unirse a
los demás para un numerito chabacano tipo Broadway. Arcángel,
el onubense que enloquece a las nenas de cierta edad, interpretó
un fandango tradicional, y luego una versión cursilona de
“La bien pagá”, seguida de una siguiriya bastante
aceptable, mientras que Miguel Poveda, el joven catalán de
Badalona, cantó un tango argentino y una malagueña
muy adornada. Por último, el estrambótico Diego Carrasco,
el gitano jerezano que desafía y trasciende cualquier catalogación
con su cante, su baile y sus bromas con la guitarra, condujo el
grupo por unas alegrías alocadas, pavoneándose después
por su emblemático tema “Inquilino del mundo”,
y finalmente llevando el concierto al final con su extravagante
versión de “Hello Dolly”.

El público de Nueva York lleva
más de cincuenta años viendo este tipo de cosa en
los teatros pequeños y grandes de Broadway

Con la idea de atraer a los numerosos aficionados neoyorquinos
al baile, la bailarina bailaora Rafaela Carrasco fue incluida en
este programa musical. Su curiosa coreografía que combina
el flamenco con el baile moderno, el jazz e inspiraciones vanguardistas,
resultó ser uno de los elementos más interesantes
de la velada. El recital abrió con un baile titulado “Soledades”,
quizás un homenaje al poeta Luis de Góngora cuyo libro
de ese título es un hito cultural. Al no haber información
en el programa, fue difícil conocer las intenciones de la
artista.

Vestida de una bata de cola negra, Rafaela comenzó de espaldas
al público. De pronto sus brazos blancos brotaron con movimientos
angulares que la convirtieron en una caricatura de bruja flamenca.
Golpeó el suelo, dio unas palmadas, se frotó las manos
y se dio cachetes en los muslos. Se volvió sobre una pierna
de manera patosa pareciéndose a una cigüeña.
Sus movimientos se volvieron más y más esperpénticos.
Detrás suya, Arcángel cantó la entrada de una
toná. Al final el ‘ole’ del público y
Rafaela recogió la cola de su bata, caminó hacia una
silla, se puso de pies en la silla y se agachó sobre sí
como una niña autista. Mientras sonaban las primeras notas
de una siguiriya, se giraba lentamente sobre la silla, se bajó
al suelo y se puso en cuclillas hecha una bola compacta.

Más que las “Soledades” de Góngora, los
movimientos de la bailaora recordaban a Ally Sheedy, la adolescente
con problemas psíquicos de la película “El club
de los cinco”. Su actuación quedaba tan fuera de las
normas del flamenco teatral, no podía contener una sonrisa.
Y vale, de acuerdo, lo confieso, automáticamente concedo
cinco puntos a cualquiera por el mero hecho de ser tan subversivo.
Pero ¿fue esto un comentario irónico sobre el comportamiento
narcisista y enfermizo de tantos individuos del mundo del espectáculo?
¿Una expresión sin complejos de la personalidad de
Rafaela Carrasco? ¿O un intento de personificar los espirales
esotéricos internos de Góngora? La que escribe estas
líneas no tenía la más remota idea.

Siguieron unos bailes más convencionales. En “Sólo
un solo”, la visión modernista de Poveda de la malagueña,
Rafaela se presentó vestida de calle – tacones altos
color carmín, pantalones ajustados y un top de tirantes –
para realizar un baile contemporáneo bastante estándar
incluyendo el ocasional detalle aflamencado. El público de
Nueva York lleva más de cincuenta años viendo este
tipo de cosa en los teatros pequeños y grandes de Broadway.
Si esta mujer intenta romper moldes, más le vale estudiar
un poco de la historia de la danza.

Aparte del baile, “Flamenco at the Crossroads” era
una pobre excusa para llenar los asientos del Carnegie Hall. Los
pocos números tradicionales se perdieron en un mar de mediocridad.
La producción sufrió una pésima amplificación
que daba un sonido sucio y poco definido a las guitarras. Y la escenografía
– si es que se puede hablar de tal cosa – no tenía
ningún sentido visual, con los músicos pegados al
tabique de fondo dejando un enorme vacío entre los artistas
y el público. No obstante, todos los problemas técnicos
se hubieran perdonado de haber habido un mayor nivel artístico.
Lo más lamentable fue el derroche de tanta energía
en lo que los neoyorquinos llamaríamos “schlock”,
que viene a significar algo como ‘chabacanerías’.

Carrasco trabajó el público
como el animador de una boda en New Jersey

Está muy bien que algunos de los flamencos actuales quieren
“aumentar el territorio” de su arte. Y la manera en
que se divierten en sus fiestas particulares es asunto suyo, desde
luego. Pero cuando cruzas el Atlántico con todo un espectáculo,
y pides que un público dedique sus recursos y tiempo, más
te vale ofrecer algo con fundamento.

Los varios números vodevilescos de Diego Carrasco caracterizaron
el problema. Este flamenco jerezano que parece haber llevado una
vida en secreto sorbiendo ron en los viejos guateques cubanos del
Bronx, es carismático, qué duda cabe. Pero también
lo son la mitad de los latinos de esta ciudad. Y cuando hace bueno,
los encuentras cantando, bailando y bromeando en el Parque Central.
Como los otros protagonistas de “Flamenco at the Crossroads”,
Carrasco parece creer que siendo quien es, cualquier cosa que haga
se convierte en flamenco automáticamente. Es una cuestión
tautológica – como la doctrina del pecado original
– difícil de rebatir. A lo mejor conviene dejar la
semántica y la etnología del flamenco a un lado y
preguntar sencillamente: ¿es arte? ¿nos conmueve?

Viendo a Diego Carrasco bailar su baile en “Naranja y oliva”,
cual Zorba el griego, se me ocurrió que de haberme tomado
tres o cuatro copas podría estar disfrutando de su fiesta.
Pero estaba fresca…sentada en el Carnegie Hall de Nueva York en
un asiento carísimo tapizado de terciopelo. Cuando una rubia
vestida de lentejuelas azules meneaba el trasero en la dirección
de Diego como hacen las esposas de médicos en los congresos
de Madrid, de repente estaba aburrida.

Bastante personal se marchó en el descanso. Pero yo me quedé
hasta la última gota, que fue un número con todo el
reparto en una versión esperpéntica de “Hello
Dolly”. Carrasco, el eterno showman, trabajó el público
como el animador de una boda en New Jersey, pasando el micrófono
de uno en uno. “¡Hello Dooolly!…¿cómo
estás, Dooolly?” cantó Arcángel con voz
de cantante de swing. Fue entonces que me pregunté, ¿en
qué medida estos flamencos nos creen imbéciles a los
norteamericanos? Aunque pensándolo bien (razoné),
después de las últimas elecciones, sus opiniones probablemente
estaban justificadas. Para mayor sorpresa, había aplausos
entusiasmados al final, y la gente salía del teatro buscando…fundamento.

Con tres o cuatro copas, la fiesta podía
haber sido más divertida

Un caballero delante mía, con aspecto de profesional de
clase media alta, que por lo visto nunca había oído
una canción en ningún idioma que no fuera el inglés,
parecía impresionado. “Hello Dolly en español”
comentó ponderativamente este Sherlock Holmes, y de no haber
sido por las estrictas leyes antitabaco, hubiera tenido una pipa
de aquellas colgando de un lado de su boca. “Qué interesante…”.
Mi hija de doce años, con su seco humor americano, lo hubiera
mirado y dicho: “Qué interesante. O quizás no”.

La leyenda del bluesman y el diablo no es más verídica
que gran parte de los versos del flamenco. Sin embargo, tiene algo,
una verdad interior, que nos hace reflexionar. Cada individuo tiene
su particular encuentro con su propio diablo. Y todo el mundo debería
de pisar con mucho cuidado cuando llegue al cruce de caminos, el
‘crossroads’.

Mona Molarsky © 2005. Reservados los derechos.

Fotos por Rafael Manjavacas

Territorio Flamenco
(Flamenco at the Crossroads)

Arcángel 'La Calle Perdía'

Carmen Linares
'Un ramito de locura'

Diego Carrasco
'Mi ADN Flamenco'

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