Flamenco Festival 'USA' – 'Los cuatro elementos' – Alejandro Granados, Rocío Molina, Carmen Cortés, Carlos Rodríguez

 
Flamenco Festival USA

«Los cuatro elementos»

Viernes, 28 de enero, 2005.
City Center, New York City, USA

 

 

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Flamenco USA
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arte para el Arte.
Los profesionales lo saben

Text : Mona Molarsky

Una mirada contemporánea para
una plaza importante

Baile: Carmen Cortés, Alejandro Granados, Carlos Rodríguez
& Rocío Molina. Guitarra solista: Gerardo Núñez.
Guitarras de acompañamiento: Rafael Rodríguez &
Paco Cruz. Cante: David Lagos & Jesús Méndez.
Percusión: Nacho Arimani. Saxo: Perico Sambeat. Dirección
escénica: Jacqulyn Buglisi. Dirección musical: Gerardo
Núñez. Vestuario: Miguel Adrover. Iluminación:
Clifton Taylor

 

No había una entrada ni pintándola la noche
de viernes cuando subió el telón de terciopelo carmín
para la producción “Los cuatro elementos” dentro
del Festival Flamenco USA. El teatro City Center, una confección
neoárabe de los años veinte donde una vez bailara
la gran María Tallchief con el Ballet de New York, estaba
hasta la bandera con los incondicionales neoyorquinos de la danza.
Entre el público, tantos abrigos de visón como tejanos
y camisetas. Además del inglés y del español,
hilillos de ruso, alemán y francés botaban por las
venerables paredes. Pero pocos flamencos locales habían acudido.
Algunos afortunados habían asistido al preestreno de la noche
anterior. Otros guardaban sus dólares para los recitales
de Enrique Morente, Tomatito, Carmen Linares o Diego Carrasco programados
para febrero

Pero los aficionados al baile de esta ciudad, que suelen estar
tan familiarizados con Martha Graham, Merce Cunningham y Alvin Ailey
como con Marius Petipa o George Balanchine, se mostraron efusivos
con la presentación de los cuatro artistas ejemplares y su
concepto contemporáneo del flamenco para una plaza importante.

Se levantó el telón y vimos un espacio enorme y vacío,
pareciéndose más a un almacén de los barrios
bajos de Manhattan que un bar de copas en Madrid. Cuatro figuras
vestidos de negro, tensas sobre taburetes con luz cenital. Sus tacones
golpeaban el suelo en una introducción a lo Mario Maya como
si declararan “¡somos percusionistas y este es el idioma
universal!”

Levantándose, extienden sus largos brazos blancos hacia
el techo, rápidamente recogiendo sus dedos en puños.
Sus figuras se disuelven en vueltas irregulares al estilo de Martha
Graham, sus rostros, máscaras de angustia. Atrás a
la izquierda, los guitarristas, cantaores y palmeros esperan como
fantasmas en la oscuridad. De esta manera quedamos los espectadores
debidamente avisados que lo que vendría a continuación
sería una expresión de soledades, un cuento que acontece
en cuatro planetas independientes, cada uno viajando y girando por
el espacio en su propia órbita gélida.

Un feeling tecnocontemporáneo,
tan fascinante como desconcertante

Carmen Cortés
Rocío Molina
Alejandro Granados

Fotos: © Javier Suarez

Esta presentación condujo
a una guajira lírica. Rocío Molina, vestida de azul
celeste que rompió en espuma de volantitos, personificó
el elemento del agua en honor a las influencias indianas sobre el
flamenco. Sus brazos blancos y suaves son fluidos y femeninos. Sus
caderas evocaban la generosa abundancia de los puertos: de su tierra
de Málaga a través de la Habana vieja. Su bata de
cola seguía su cuerpo como agua deslizándose por el
cuerpo de un nadador. El guitarrista Paco Cruz también estaba
a gusto en esta pieza vistosa, deliciosa y latina. Proyectado en
el telón de fondo, imágenes resplandecientes de agua
aportaron un feeling tecnocontemporáneo, tan fascinante como
desconcertante. Pero el logrado baile de la Molina provocó
aplausos entusiasmados y gritos de aprobación del respetable.

A continuación, aparece Alejandro Granados en la playa cubana,
vestido de los tonos marrón rosáceos de Andalucía.
Realizaba los movimientos coreografiados en un paso a dos con la
Molina, su mirada fija en algún punto distante. No se comunicaban…apenas
parecían estar conscientes el uno del otro. Fueron, después
de todo, elementos independientes bailando en continentes diferentes.

Rocío Molina flotaba hacia los bastidores al sonido pregrabado
de cánticos que evocaban a esclavos africanos o indios norteamericanos.
El ruido aumentaba y disminuía, disolviéndose en el
ritmo en vivo de una especie de yembé, tocado por el percusionista
Nacho Arman. De esta manera empieza “seguiriyas” en
el siglo veintiuno. Al tomar este palo, uno de los más profundos
y gitanos de la tradición flamenca, reinventándolo
como una expresión tribal genérica, los artistas parecían
estar escogiendo la universalidad de la seguiriya en lugar de su
fuerza distintiva y única.

Baila Granados, su cara sobria elevada hacia el cielo, quizás
buscando a Dios. Es el bailaor ejemplar, masculino sin ser amenazador,
en paz con la música, su compás tan natural como la
lluvia. Y si su seguiriya, bailado al acompañamiento de guitarra
de Paco Cruz y Rafael Rodríguez y el cante de David Lagos
y Jesús Méndez carecía de la intensidad emotiva
de una seguiriya de primera calidad, nadie debería de sorprenderse.
Esta forma nació en los espacios metafóricos de Andalucía,
delante de la candela, cuando un gitano lamentaba la solitud de
la medianoche. Pocos artistas han logrado trasladar la seguiriya
de su hábitat natural a un escenario neoyorquino de manera
convincente. Las luces tipo ‘estadio de deportes’ fueron
más que suficientes para extinguir esta frágil belleza.

La seguiriya de Granados fue seguido por una “nana”
con aires de blues, bailado por Rocío Molina y Carlos Rodríguez
con el saxofón de Perico Sambeat. Como salida de la boca
del saxo, la imagen de una serpiente amarilla se desliza por el
telón de fondo mientras que Rodríguez, vestido de
blanco, baila en pareja con la Molina en vestido azul. Rodríguez,
el representante del elemento “aire”, de construcción
ligera y dimensiones reducidas, exhibe un dominio absoluto y es
un felino saltando de punto en punto. Los palmeros marcan sus ritmos
redoblados y el bailarín realiza una impecable serie de piruetas
y chaînés, haciendo impresionante gala de su formación
clásica. Con la bravura de un joven Gades, procedió
a bailar con brazos angulares y su taconeo de metralleta fue como
chispas de pedernal sobre acero. Igual que Granados, su comunicación
con Rocío fue poca y fría, apenas intercambiando miradas,
un magnífico asteroide siguiendo su propia estela particular.

Ese poder misterioso que hace
que abandones el calor del hogar para ceder al imán irresistible
del flamenco

La guitarra virtuosa de Gerardo Núñez tuvo su lugar
destacado en un “interludio musical”. Núñez
posee un dominio sorprendente y teja un fino encaje de trémolos.
Sospecho que la mayor parte del público, los no guitarristas,
aprovechaban el descanso para dejar volar la mente durante este
elegante solo instrumental, pero los aficionados a la técnica
guitarrística se habrán impresionado debidamente.

Unos tangos muy animados con el baile de Granados y Rodríguez,
acompañado por la guitarra de Paco Cruz, ofreció nuevamente
la oportunidad de admirar la gracia y dominio de ambos hombres,
y condujo a un baile sensual por soleá de Carmen Cortés
envuelta en seda roja y flecos representando el elemento del fuego.
De los cuatro bailaores, Cortés es la más tradicionalmente
flamenca. Acompañada por Núñez y el cante de
Lagos y Méndez, era la esencia de la soleá. Sus brazos
prietos y delgados son una visión de belleza. Un destello
de raso amarillo debajo de sus faldas lamía los flecos colorados
por los tobillos de la bailaora. Por primera vez en esta velada
los del público corríamos el peligro de ser consumidos
por la atracción de la música. Esto, después
de todo, es de lo que se trata. Ese poder misterioso que hace que
abandones el calor del hogar para ceder al imán irresistible
del flamenco. Es el momento culminante y emocionante, el momento
en el que empieza a cuajarse la verdadera fiesta. ¡Ojalá
hubiera habido más de esto!

Demasiado pronto llega el “fin de fiesta” y una bulería
jazzística es dibujada por el saxo de Sambeat. Mientras imágenes
de llamas doradas son proyectadas por encima de sus cabezas, los
cuatro bailaores presentan sendos toques de gracia. Por primera
vez Granados se permite que una sonrisa luzca en su hermosa cara
varonil. ¿Estábamos disfrutando? Pues sí, hombre…¡por
fin!

por Mona Molarsky @2005. Todos los derechos reservados.

 

Gerardo Núñez
'Andando el tiempo'

 

 

 

 



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