Festival 30 Nits de Sabadell. Inés Bacán & Antonio Moya

INES BACÁN CON ANTONIO MOYA
Inés Bacán (cante), Antonio Moya (toque) Javier Vargas y Vicente Peña,
Funi (palmas)

Festival 30 Nits.

Pati del Museu d'Art. Viernes, 25/VII/2008.

 


Texto: Josep Ache

Fotos: Juanma Pelaez

Generosa y solemne como la soleá

Por momentos parece como si en la presencia de Inés Bacán, y en los gestos que dibuja cuando dice y hace los cantes, más adustos y a la vez tiernos que ensimismados, la solemnidad del compás de la soleá tomara entidad material, corporea. No se trataría sólo de una imagen, sensible a la vista. También sería, quizá con más motivo, la misma esencia de los cantes de Utrera y Lebrija, su tierra ancestral.

Tendrían por eje la soleá de Utrera, la de Mercé la Serneta, Desde ella, entre Utrera y Lebrija, ese compás y su solemnidad parecen impregnar los demás estilos del flamenco, en una lectura local que, seguramente, provendría de la vasta familia de los Pinini, a la que pertenecen, entre tantos y tan ilustres, Inés, los Bacán, los Perrate, los Funi, Lebrijano y las inolvidables Fernanda y Bernarda de Utrera.

Un acento indefinible En casi hora y media de recital, una Inés Bacán a gusto y generosa no llegó a cantar propiamente por soleá. Pero ese acento en realidad indefinible, o al menos esa solemnidad que transmite el temperamento de la cantaora, pareció dar sentido al amplio abanico de cantes que recorrió, con el correspondiente y vasto espectro de matices y modulaciones.

La importancia de esta observación será relativa, claro está. Pero algo tendrá que ver con la intensa atención y las ovaciones finales del público, muy por encima incluso de las que suelen producirse en el Pati del Museu d'Art. Atribuirla al duende del flamenco, inaprensible por definición, sería el recurso más usual. Pero para el caso, además de tópico, pecaría de corto. El cante y el arte de Inés Bacán no lo son, en absoluto.

Empezó por tientos, que para eso están. Continuó por fandangos, sin llegar a aquellos por soleá tan suyos. Y en las cantiñas de Pinini, su abuelo, alcanzó acto seguido uno de los mejores momentos de la velada. Tan diferentes en el compás a las de Cádiz, con las que algunos cantaores suelen intercalarlas. Y más diferentes aún en el modo como Inés Bacán las fue meciendo, con la solemnidad mencionada, tan bien llevada por Antonio Moya y los palmeros. Una delicia.

Deliciosa y entrañable

No menos deliciosa, y sobre todo entrañable, en aquella nana que grabó con su recordado hermano, Pedro Bacán, en el que fue su primer disco en solitario como cantaora, De viva voz (Auvidis/1995). Y después, todo el aire y la fuerza de la familia en la soleá por bulería, que alargó en infinidad de cuerpos. Y, como la reliquia familiar que es, el cante por romances, en concreto el del rey Tarquino.

Quedaba la siguiriya, como pieza culminante. Tras los dos primeros cuerpos, Inés Bacán engarzó la toná liviana para rematar, a modo de cabal, con la del Ciego de la Peña, por los Puertos. Tras Antonio Mairena, a quien se podría atribuir la autoría de la toná liviana, Juan Talega hizo en ocasiones esta combinación, nada habitual. En la de Inés Bacán, cabría atribuirle un antecedente más inmediato en su padre, Bastián Bacán.

Pero poco importan estos detalles ante la rotundidad del cante y la cantaora. Tras las bulerías, cantó aún dos tonás, la segunda la del olivarito. Y por la insistencia del público, más bulerías. Como si nadie quisiera que el recital acabara. Seguirá, por tiempos, en el recuerdo, fijado en la esencia del flamenco. De ella forman parte, imprescindible, Inés Bacán, Antonio Moya y con ellos su paisaje flamenco y geográfico a la vez, vital ante todo: el de Utrera y Lebrija.

 


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