Farruquito – Puro – Jardines de Sabatini, Madrid

Texto: Pablo San Nicasio Ramos
Fotos: Paco Manzano

FARRUQUITO O LA FORJA DEL BRONCE MÁS PURO

Farruquito “Puro”
21 de agosto, 2010. Jardines de Sabatini – Madrid

 

Farruquito: baile. Antonio Rey, Román Vicenti y Juan Requena: guitarra. María Vizárraga, La Tana y Encarnita Anillo: cante. Pedro el Granaíno, El Rubio de Pruna y Juan José Amador: cante. Bernardo Parrilla: violín. Jumitus: piano. Isidro Suárez: percusión. Manuel Molina: narrador.

Sí, el amigo Juan Manuel tiene un pero. “Farruquito” es demasiado buen bailaor. Tanto que ya, a sus veintiocho, le salen los imitadores, las copias. Las legales y las piratas. Las de mercadillo y las de tienda de barrio bien. Copias más o menos elaboradas o miméticas, pero a las que uno les nota que no llevan copyright. Y no es lo mismo, oiga.

Nos habíamos hartado estos años de ver por Madrid lo que viene siendo un baile flamenco…como decir…de doce quilates. Todo se quedaba en tangos y bulerías, en jaleos de los primos y más y más piruetas. Alguien estaba tratando de llegar a algo pero no, el objetivo y la referencia se antojaban todavía inalcanzables.

Anoche supimos por qué y lo conocimos en persona, al genio. Encantado señor Fernández Montoya. Se ha hablado y escrito mucho de usted en Madrid.

La programación flamenca de los Veranos de la Villa se cerró a golpe de fragua y tacón. “Puro” traía a Farruquito de nuevo a la capital para poner colofón a la más completa programación estival de los últimos tiempos. Importantísima noticia para el flamenco porque desde hacía años la afición no se había regalado tanto buen baile gitano en tan poquitos minutos.

Con las entradas agotadas semanas atrás, primer triunfo, el sevillano congregó a los incondicionales de la estirpe, incluidos algunos artistas glamourosos “a su manera”; junto a los aficionados más exigentes y el público de paso. Todos tipos listos porque sabían que lo que se traía entre manos el amigo no era mortadela.

Hora y tres cuartos de intensísimo baile y músicos de lujo. Montaje bien pensado de principio a fin, que no se hace lento y coge carrerilla hasta en los parones que imponen los cambios.

Con la narración del inimitable Manuel Molina, “Puro” se compone de siete números sin tregua para nadie. Junto a Molina y Farruquito, llegan hasta doce los músicos que suben a las tablas y que acaban exhaustos. Así, sí.

Espectáculo compuesto sobre una música especialmente lograda, aquí no hay corta y pega, todo es original y colocado con mimo; es de justicia dar a todos y cada uno de los integrantes del cuadro un ole rotundo. Sin tener apenas ninguno de ellos un momento netamente solista, la idea es que el equilibrio sea un trampolín para todos, y el público constate lo que es tener un elenco al más alto nivel. Hasta el patriarca de los Molina, que podría pensarse como mera guinda del pastel, tiene su sitio para recordarnos lo que aún sigue siendo en esto de la creación flamenca. Singular personaje, don Manuel.

¿Quién le negó a los abandolaos su jondura? ¿Desde cuando un gitano no puede bailar lento una soleá? Pues no sólo eso, además con la improvisación como esencia.

Es cierto que en “Puro” la estructura y los detalles técnicos de cada sección están pensados al milímetro, pero el baile en sí no se ciñe a ninguna coreografía más allá de lo que el alma y las portentosas facultades de Farruquito le ordenan. Con lo cual la fuerza de la onda expansiva que sale del escenario acaba por levantar del asiento hasta a los técnicos de sonido. Imposible no rendirse.

Con las cumbres en el baile por abandolaos, alegrías y bulerías, todo el cante y toque resultan perfectos, flamencos, puros; y las letras e ideas igualmente sembradas. Hasta el vestuario y el orden de los números tienen sentido. Siempre huele a catarsis y ganas de volver a ser.

Anoche cantaba “La Tana”  por alegrías “dime de dónde vienes”. Previo paso por los infiernos, el señor Fernández Montoya parece haber cogido de nuevo el carril que llevaba cuando debutó con su abuelo en Broadway, hace ya veintitrés años. De ahí al cielo va un paso, y tiene pinta de que será al compás que él quiera.

 


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