Andrés Marín “Tuétano”

Texto: Estela Zatania
Fotos: La Bienal

17 Bienal de Flamenco
Martes, 11 de septiembre, 2012. 2030h. Teatro Lope de Vega

Especial 17 Bienal de Flamenco de Sevilla – Toda la información

Pájaro en mano y dos volando

“Esencialidad” es una palabra que el bailaor Andrés Marín emplea mucho cuando habla de su obra y objetivos. Es uno de los mayores genios actuales del baile, y el que mejor logra transitar arriesgados caminos experimentales sin perder de vista al flamenco. Cometa las travesuras que cometa…y ha cometido muchas…los duendes siempre están esperando su momento entre bastidores. Lo esencial.

Quizás porque se basa en compás y cante, el cordón umbilical que impide que se pierda en la sobrecarga de simbolismo conceptual de la que pecan otras obras bien intencionadas. Quizás porque Marín tiene la capacidad de saber hasta dónde se puede llegar sin cruzar esa frontera que te coloca en un paisaje ajeno al flamenco…o a lo mejor sólo es la facilidad con la que se burla de las cosas, empezando por sí mismo. Porque el péndulo del gusto flamenco hoy en día se sitúa en el extremo opuesto al de los lunares de color y las melenas sudadas. La pauta casi obligada de las obras actuales es oscuridad, negrura y caras que no delatan emoción. Y bien, esta obra de Marín, “Tuétano” es negra, en el sentido de muy poca luz, el vestuario es rigurosamente negro y la cara de Marín es plácida en todo momento. Pero cuatro gallinas vivas y dos flamenconas como son la Macanita y Concha Vargas, alivian lo que hubiera sido un pesado ejercicio postmoderno.

Hay muchos elementos admirables en “Tuétano” para seducir incluso al aficionado más rancio, al que se toma su chatito de tinto peleón en la barra de la peña flamenca donde todavía anotan la cuenta con tiza. Y ese es el milagro de Andrés Marín. Ese olfato que rara vez le falla y que le permite explorar las posibilidades del flamenco siempre mirando por encima del hombro para relacionarlo con lo de antes. Hay también elementos algo tediosos, como los largos recitados apenas audibles, pero son pequeños guijarros en el autopista de la luminosa inteligencia de Marín.

Esa misma inteligencia permite la incorporación de Macanita y Concha Vargas sin que tengan que hacer concesiones. Aparecen vestidas de cuero negro con el pelo suelto, un look heavy no habitual en ninguna de las dos y que recuerda las polémicas fotografías de Ruvén Afanador, pero el cante y baile que ofrecen no salen de carácter. Es una manera ingeniosa de ver el flamenco con ojos nuevos…lo de siempre es lo de nunca, y descubres esa esencialidad que anhela Marín.

La Macanita en toda su gloria, la voz dulcemente flamenca de metales nobles fundidos, por siguiriyas, martinete, romance, soleá, bulerías…(¿la siguiriya del ‘cuco’ alude quizás a las aves que luego asumen protagonismo?). Concha Vargas, la madre tierra hecha flamenco, voluminosa e instintiva, un contraste imposible cuando baila con Marín. Y sin embargo, no sólo es posible sino que va sobre ruedas. El polifacético Raúl Cantizano toca guitarra eléctrica aprovechando bien la amplitud de efectos y distorsiones que ofrece el instrumento, hasta granaína y petenera por rock, como un Brian May andaluz en un momento de inspiración y pisando fuerte…el efecto es genial.

Y los juguetes de Andrés… La placa metálica que le cubre media cara, una imagen entre “El fantasma de la ópera” y “El silencio de los corderos”, los dedos de una mano con puntas metálicas para hacer percusión sobre susodicha placa que produce un efecto castañuelas. La mesa colocada en vertical con espejo en su parte inferior que luego es arrastrada por el bailaor como cruz. La camiseta negra estirada hacia arriba para taparle la cara, convirtiéndolo en penitente y verdugo.

Y las gallinas. ¿Qué decir de las gallinas? ¿Qué clase de locura le entraría a Andrés Marín cuando tomó la decisión de bailar con gallinas? Dos en la mesa, una que va por libre y otra que se anida en la chistera que se pone Marín para el propósito. Hay que tener arte, amigos. Y arte es lo que no le falta al bailaor sevillano que termina la obra cantando mejor que bien por soleá con las luces apagadas mientras se arrastra por el suelo.

Original es cualquiera hoy en día. Pero original con arte y visión, logrando una obra entretenida a la vez que fascinante y provocativa, con buen cante y baile y oliendo a flamenco…esa es la receta perfeccionada por Andrés Marín.

A las once de la noche, en el acogedor patio del convento Santa Clara que tan buen marco está haciendo para disfrutar del cante en esta Bienal, el joven Jesús Méndez dio su recital. Con el piano de Miguel López “Lenon”, la guitarra de Diego del Morao en su vena más tradicional, la percusión de Ané Carrasco y las palmas de Carlos Grilo, Chícharo y Manuel Salado, el jerezano presentó su nueva grabación, “Añoranza”. Canción por bulerías, malagueñas, no del Mellizo como se lleva hasta la saciedad en Jerez, sino de Chacón…”del convento” quedó especialmente apto dado el entorno…alegrías, siguiriyas y cabal, soleá apolá, taranto y jabera, tangos, fandangos naturales, bulerías y zambra. Una actuación generosa que puso en pie a los presentes.


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