21 Jornadas Flamencas de Fuenlabrada (Madrid). Serranito, Diego El Cigala, Chano Lobato

 
XXI
JORNADAS FLAMENCAS DE FUENLABRADA
Fuenlabrada, 10 – abril- 2005
Auditorio C.C. Tomás y Valiente

CLAUSURA CON LUCES Y SOMBRAS

1ª Parte. En concierto: Víctor Monge “Serranito”;
Teclado: Moisés P. Sánchez; Percusión:
Víctor Monje “Junior”; Guitarra-bajo: Julián
Vaquero; Guitarra: Rafael Morales; Flauta: Fernando Bravo.

2ª Parte.
Cante: Chano Lobato; Guitarra: Niño Manuela.
Cante: Diego el Cigala; Guitarra: Manuel Parrilla

Texto: Manuel Moraga
Fotos: Rafael Manjavacas

Tres maneras diferentes de entender el flamenco
se concitaban en la última de las Jornadas Flamencas
de Fuenlabrada. Hubo arte, pero un sonido inapropiado para
ese espacio, por un lado, y la extensión del cartel,
por otro, deslucieron en parte la noche, aunque no el resultado
global de unas Jornadas con un programa memorable.

Extrañaba que a Serranito no le salieran las cosas
con limpieza. En la mitad de su actuación confesó
estar recuperándose de una dolencia en uno de los dedos.
En un guitarrista poco experimentado podría sonar a
excusa. En Serranito, que tiene precisamente en la técnica
uno de sus principales valores, sonaba a verdad y así
lo reconoció el público con un sonoro aplauso
de ánimo. Con todo y con ello, a pesar de esa merma
física –esperemos que transitoria-, pudimos disfrutar
de las originales ideas que Víctor Monje propone con
su guitarra y, en este caso, también con las aportaciones
de su fantástico teclista, con quien mantuvo diálogos
de gran altura musical.

El agua está siempre muy presente en la obra de Serranito
y también se dejó sentir en el Teatro Auditorio
Tomás y Valiente de Fuenlabrada. Comenzó en
Cazorla con el nacimiento del Guadalquivir; nos llevó
al encuentro de éste con el Genil y terminó
su recorrido en Triana. Por el camino, un recuerdo a Federico
García Lorca y otro a “Dani”, hijo de una
amigo del guitarrista que “nos dejó demasiado
pronto”, dijo el maestro. La sensibilidad de Víctor
Monge quedaba demostrada una vez más, así como
su manera de construir su lenguaje, buscando tonos casi imposibles
pero que, en ningún momento aparecen forzados, sino
lógicos y acoplados al sentir y al desarrollo de su
mensaje.

Lo de Chano Lobato es digno de tesis doctoral. Con su edad,
con su fragilidad, con su diabetes y con todo lo que tenga
de añadido, uno se pregunta ¿de dónde
saca las fuerzas para cantar así? Hizo sus cosas: sus
tanguitos, sus soleares, su malagueña, sus alegrías,
sus bulerías… sus cositas, que hay que ver el
sabor que tienen. Y luego está la gracia, que la pone
en el escenario desde el principio: se abre el telón
y ahí está Chano, con su guitarrista (que estuvo
estupendo, por cierto), sentado, esperando. Sembrao. El gaditano
gana al público con su sencillez, con su honradez,
con su humanidad, con sus chascarrillos y, sobre todo, con
su arte. En definitiva es un “saber”: saber estar,
saber cantar, saber escuchar, saber hablar. Alguien del público
le gritó algo así como que hablase menos y que
cantara más… Ese tipo podrá dárselas
de lo que quiera, pero pasará por la vida sin haber
entendido nada de lo que es el flamenco. Dice el maestro que
la señorita Carmen, su médica, le tiene prohibida
la bebida por su bien. Por el bien de Chano y por el nuestro,
esperemos que no le prohíba el cante.

Salir después de Chano Lobato es lo que se suele definir
popularmente como un “marrón”. Recuerdo
que hace algunos meses en la madrileña sala Clamores
actuaba tras el maestro un humorista famoso, de esos que salen
en la tele. No tuvo nada que hacer. Chano vino a cantar y
nos provocó agujetas de tanto reír. El humorista
vino a hacernos reír y lo que consiguió es que
nos salieran agujetas en las piernas de tanto correr…
Quizá sea exagerado, pero lo cierto es que media sala
nos fuimos a los diez minutos. No es que pasara lo mismo ayer
con El Cigala, pero la verdad es que no hubo color. Las cosas
como son.
Y eso que el madrileño no estuvo mal.

Comenzó
por tonás-carceleras y terminó por bulerías,
añadiendo unos fandangos como bis. Diego hace los cantes
muy personales apoyándose en su voz privilegiada (muy
flamenca, afinada y con una gran amplitud de registros) en
su gran sentido del compás y en su sentir gitano. Reelabora
con gran belleza algunos cantes pero, a mi juicio, a veces
resulta un poco chillón y monótono. Si a eso
le añadimos que era el tercero de la noche (con casi
dos horas de flamenco previo) y el atentado sonoro del Auditorio,
no es de extrañar que algunos aficionaos saliéramos
un tanto saturados.

Y aquí entramos en otro apartado: el sonido. Con Serranito
el sonido tenía una intensidad aceptable. Con Chano
se disparó y con El Cigala un servidor tenía
que taparse los oídos directamente. Y algo parecido
ocurrió en los días anteriores. Un auditorio
está concebido para que la acústica natural
esté muy favorecida, de tal forma que un actor pueda
proyectar su voz hasta la última fila con poco esfuerzo
o con una mínima ayuda técnica. Un auditorio
moderno (recién inaugurado, para ser más exactos)
no precisa la cantidad de watios que nuestros oídos
han padecido estos días en Fuenlabrada. El Cigala no
paraba de quejarse porque no oía sus monitores (los
altavoces que tienen en el escenario como referencia), y no
me extraña porque los altavoces del público
tenían tanta “caña” que a buen seguro,
el sonido se metía en el propio escenario y tapaba
los monitores de los artistas, lo cual hace muy dificultoso
el trabajo de éstos.

Así que un auditorio que, en teoría, debe estar
diseñado para que el sonido llegue al público
de la forma más natural posible, ha sido utilizado
estos días para meter watios a punta de pala y agredir
nuestra sensibilidad. Para ese viaje no se necesitan tantas
alforjas.

El sonido nos perjudicó a todos, pero sobre todo al
Cigala. Era el último (y encima venía después
de Chano), la noche empezaba a ponerse larga, no se encontraba
a gusto con el audio (ni él ni nadie, pero él
estaba trabajando) y, por si fuera poco, su cante fue en ocasiones
tremendamente chillón… Entre unas cosas y otras,
algunos deseábamos que la cosa terminara cuanto antes.

 

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