Fallece el cantaor Enrique Orozco.

Largos se hacen los meses cuando son tristes. Ya han pasado a mejor vida artistas de la talla de Juanito Valderrama, la Paquera de Jerez o Santiago Donday. Y en las primeras horas del pasado lunes 31 de mayo, con noventa y dos años, se despedía el último representante de la Ópera Flamenca: muere Enrique Orozco Fajardo en el Pabellón Vasco de Sevilla, al que fue trasladado desde el Hospital Virgen del Rocío, donde estaba siendo tratado de una trombosis.

Enrique
nace en Olvera (Cádiz) el 12 de marzo de 1912, pero pronto abandona
su pueblo para vivir en Sevilla. Con veinte años realiza su primera
gira y poco después actúa con Manuel Vallejo por toda España.
Célebres fueron sus apariciones en el Kursaal Olimpia, en el que
debutó en 1934, y su participación en el Certamen Nacional
de Cante Flamenco que se organiza en el Circo Price de Madrid, donde se
hizo con el segundo premio por fandangos.

 

 

La Guerra Civil le sorprende en Jaén mientras está de gira
con todos los premiados del certamen. Viajó a Francia en 1955 y
se subió a los escenarios de varios tablaos parisinos: La Puerta
del Sol, El Catalán, el Teatro de las Naciones… En 1962 obtiene
el primer premio del Concurso Nacional del Cante de las Minas de La Unión
y gracias a su actuación en el Café Cantante de Silverio
en Madrid en 1982, es contratado para la Primera Cumbre Flamenca de la
ciudad. Un año después cuentan de nuevo con su presencia
y en 1986 forma parte del elenco de artistas de la Bienal de Arte Flamenco
de Sevilla. Al año siguiente es distinguido con el Premio Nacional
a la Maestría por la Cátedra de Flamencología de
Jerez.

Enrique Orozco vivió en Madrid durante treinta años, pero
luego decide mudarse a la capital hispalense. Los aficionados lo recuerdan
como un cantaor largo que domina un amplio abanico de palos y estilos,
destacando especialmente en los cantes de Levante. Su garganta era dulce
y llenaba de matices malagueñas, tarantas, granaínas y fandangos,
quedando esto reflejado en su corta discografía.

Sus restos descansan desde las diez y media de la mañana de ayer
martes uno de junio, cuando se les dio sepultura en el nicho número
59 de la sección izquierda de la calle San Fructusoso, en el cementerio
de San Fernando de Sevilla. Su mujer, Maruja, se resitía a decirle
el último adiós mientras gritaba que su corazón se
iba con él.

Descanse en paz.

Kiko Valle

 

 

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