OPINIÓN – 'Los Cajoncitos'

Amoavé…recuerdo haber entrado hace años en algún laboratorio de entomología y observado la paciencia con que los técnicos a su cargo separaban, catalogaban, etiquetaban insectos de toda clase y ralea. Algunos de estos bichos eran parecidísimos, casi iguales a otros, distinguiéndose solamente por sus antenas más cortas o más largas, por tener los ojillos más arriba o más abajo…lo cual era suficiente para llevarse una etiqueta distinta a la del vecino…

Esto viene a cuento por el recuerdo que me llega de aquel laboratorio cada vez que veo lo que hacen con los cantes los flamencoentomólogos actuales…¡y mira que son muchos ya por metro cuadrado, coño! Quieren catalogar, etiquetar y meter en su cajoncito cada soleá, cada siguiriya que escuchan. Discuten si tal o cual tercio es de Frijones o de La Serneta, si éste o aquel cambio lo creó el Loco Mateo o fue obra del Señor Manué Molina. Por descontado que jamás se ponen de acuerdo. En esto del flamenco parece que uno decide lo que va a pensar o expresar, y de ahí no lo mueve ni dios. Es como una cuestión de honor donde no se puede ceder territorio al enemigo…¿qué diría la gente, la historia? ¿dónde quedaría la hombría, el orgullo español, la honra?

Pa'empezar, ¿hay algo comprobable, realmente COMPROBABLE en el flamenco? ¿Existe acaso una objetividad a salvo de influencias de gustos, de localismos, de familia, de amistades o conveniencias de cualquier tipo? El “ese canta pa'crují los güesos” junto a “ese no sabe ni abrí la boca” aplicado al mismo cantaor o cantaora por diferentes “aficionados” tendrían que poner a pensar seriamente que están en juego muchos más elementos que, simplemente, reconocer cuando alguien hace bien un cante. El mismo aficionado puede variar pendularmente sus opiniones con más frecuencia de la imaginada, dependiendo de si el cantaor “s'a portao bien y m'a invitao unas gambitas”…o “ha sío un peasosieso, roneante, que ni m'a saludao ayé”…o dependiendo de factores y situaciones más serias, incluyendo asuntos como lugar de origen, familia, raza, trabajo… Esto no es de ahora, desde luego…los viejos flamencos son testigos. Los que quedan.

Peroavé…¿es que no hay cantes donde se llegan a oir tercios de un estilo y tercios de otro? ¿es que un cantaor no altera, en un momento dado, el mismo cante que ha ido haciendo durante años? El acompañamiento, el estado de ánimo, el ambiente que le rodea, algo que ha escuchado la otra noche en una reunión de amigos, tienen forzosamente que influir en la manera de interpretar tal o cual cante, cambiando tanto la forma de decirlo como, a veces, la línea melódica de uno o más tercios. ¿Cómo carajos se cataloga entonces un cante así? ¿Qué etiquetita se le pone? Y es ridículo esperar que, a través de los años y las diferentes voces cantaoras, el estilo de fulano o mengano se siga manteniendo exactamente como lo pensó su creador (que seguramente fue el primero que lo iba cambiando según le apetecía).

¿Existe acaso una objetividad a salvo de influencias de gustos, de localismos, de familia, de amistades o conveniencias de cualquier tipo?

Es lógico que cada cual tenga sus gustos. Y estos gustos muy probablemente han sido condicionados en sus principios, como aficionado o como parte activa del mundillo flamenco. Habrá quien admire la técnica, el conocimiento, y habrá quien busque el cante que le ponga “los pelos de punta”. La voz clara y limpia o la voz ronca y flamenca, los cantes de compás o los cantes libres…pero de ahí a este sinvivir, a esta manía persecutoria pa'meter a cada cante en su puñetero cajoncito (y encima sin estar más de dos de acuerdo en qué cajoncito se mete) va un abismo, me parece a mí. ¿No será mejor dedicarse a disfrutar el cante bien hecho, cuando lo esté, sin dar la lata apuntando si La Moreno terminaba así o asao o el Tío José lo cerraba de esta o aquella manera? Hay quienes llevan a los conciertos las partituras para ir siguiendo al pianista y 'cazarle' en el momento en que se le vaya una nota…lo que hace que, al final, el propósito de la música se vea falsificado, obstruído. Digo, está bien hablar sobre un cante, analizarlo si se quiere…pero ¿preocuparse al grado que lo hacen estos entomólogos con los bichitos, por dios? ¡¡Qué agurrimiento!!

Menudencias…

Por los años cincuenta nadie llamaba “palos” a los estilos flamencos. ¿Quién se inventa eso, cuándo y por qué? ¿Qué cara hubiera puesto Manuel Torre o Chacón a la pregunta de “Don Manué, ¿qué palo le dice a usté más”?

Se usaban indistintamente los términos “soleares” y “soleá”, con bastante más frecuencia el primero de los dos. Ahora resulta que algunos entendíos llegan a mirar despreciativamente al que lo diga en plural, siendo además el cante que mayor variedad de estilos abarca.

La caña tenía un “macho”; tenía su “macho” la serrana….pero ¿¿la soleá?? ¿¿la siguiriya?? ¿¿Las alegrías?? A este paso terminarán teniendo “macho” la malagueña y los tangos. Al parecer, todo cante que se distinga del que se está haciendo, por valiente o esforzado, constituye ya un “macho”. Pos vaya.

Pero güeno…como si todo esto tuviera importancia cuando uno mira por la noche hacia arriba, hacia esa cantidad de agujerillos que dejan pasar la luz del otro lao… No hay que olvidá que solamente se trata de una opinión personá…

Arzapúa

 


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